Hace casi exactamente un año publiqué un ensayo sobre Cielo Latini, los desórdenes alimenticios, y la experiencia de haber sido una adolescente creciendo bajo la sombra de Abzurdah. Pese a sus errores (gramaticales e incluso ortográficos, perdón Dios), todavía le tengo cariño. Creo que ha sido mi texto con más alcance. La noche que lo publiqué, y los días siguientes, varias chicas me escribieron contándome sus historias; nunca he estado tan agradecida. Pero aún sigo pensando en este texto y, si bien todavía lo quiero mucho, ya no estoy de acuerdo con todo lo que escribí.
Tengo preguntas, más que nada. ¿Tiene sentido criticar a Latini por la crueldad de su autobiografía si, mientras la estaba escribiendo, ella seguía enferma? ¿Es posible “hablar de manera responsable sobre los TCA” cuando el mercado instantáneamente convierte la disfunción psicológica una etiqueta de identidad y un bien de consumo? ¿Incluso si es posible “escribir una novela responsable sobre desórdenes alimenticios”, es posible no glorificar estas enfermedades una vez que un libro entra al mainstream, que siempre exalta la delgadez y sumisión femeninas? ¿Qué es un "libro responsable"? ¿Queremos que la "responsabilidad" sea el norte de la literatura?
Comencé a escribir porque yo sabía que Abzurdah había sido, para bien o para mal, un libro importante, pero fuera de Twitter y las conversaciones privadas entre mujeres, el discurso que yo encontraba era “un libro sobre la anorexia, terrible, oremos.” (Este silencio puede deberse en parte al hecho que no soy de Argentina; tal vez allí ya hay una contra-narrativa fuerte, o una manera distinta de procesar el impacto del libro). En fin: más allá de esta nota de Carolina Duek para Anfibia, no encontré textos que abordasen las preguntas que yo tenía en la cabeza.
Hay mucha mística alrededor de la literatura, pero a mí me interesan más los libros como mercancías; cómo se producen, comercializan y consumen, cómo se mueven por el mundo. Creo que algún tipo de análisis de esa dimensión era crucial, especialmente para un libro como Abzurdah, tan rodeado de misterio como la enfermedad que retrata. ¿Cómo podría alguien haber pensado que este libro era rentable? ¿Eran tan fuertes los incentivos comerciales como para que un libro apenas editado se volviese el best-seller de la década? ¿Algo como esto le había ocurrido a alguien más, en algún otro lugar?
Esa es la versión racional; la otra mitad de la historia es distinta. La Gran Pandemia De Desórdenes Alimenticios De 2020 también me apisonó, y creo que volví a Abzurdah porque no entendía qué estaba pasando. Escribir ese ensayo no agravó nada (creo) (espero), pero tampoco solucionó nada. En todo caso, todavía creo que los libros sobre la anorexia son una causa perdida. Es una opinión difícil de articular adecuadamente, porque no quiero sugerir que deberíamos reprimir estas historias. Marya Hornbacher, la autora de Wasted (el proto-Abzurdah gringo, si quieres), describe su adolescencia como un mundo en el que los desórdenes alimenticios eran estigmatizados y reprimidos. Creo que es bueno haber diluido ese silencio cultural, pero me pregunto si la literatura es el espacio correcto para hacer este tipo de activismo—especialmente en el caso de la anorexia, que invita a la imitación y romantización de una manera en la que casi ninguna otra enfermedad mental lo hace.
No: a pesar de las cartas de amor, en realidad la anorexia consiste en esperar y esperar, dar caminatas largas mientras imaginas o evitas imaginar tu próxima comida. La anorexia te da mucho tiempo para pensar, y en ese tiempo el hambre te habla. Te hace creer que las cosas que te dice merecen ser narradas.
Hermana: no necesitas narrarlas. Esta es una enfermedad aburrida, tan aburrida, y el deseo de convertirla en una historia es una más de sus ilusiones. Pero no quiero decir que escribir sobre ella sin hacer un Latini es imposible; es solamente que, dado el espacio que ocupa la delgadez extrema en el imaginario colectivo, no alcanzo a imaginarlo.
No sorprendo a nadie si digo que la anorexia está teniendo un comeback. Atrás están los años de la positividad corporal. Durante la pandemia, los casos de transtornos alimentarios tuvieron un aumento del 20%; TikTok hierve de videos populares sorprendentemente paralelos al thinspo; el modo de expresión digital femenino de moda, el girlblogging, está bastante superpuesto a los círculos pro-ana. En medio de la resurgencia post-feminista de los desórdenes alimenticios, espero (tal vez ingenuamente) que ahora sí podamos tener una discusión honesta sobre libros como estos. Porque si ahora Abzurdah se vuelve el My Year of Rest and Relaxation latinoamericano les juro que voy a cometer crímenes contra la humanidad.
recomendaciones de la semana
1. Sobre algunas formas de imperfección en el arte, de Umberto Eco (en español)
Umberto Eco funa a El Conde de Montecristo. Explora también porqué algunas obras “malas”, torpes o repetitivas, alcanzan el estatus de objeto de culto. Habla de Casablanca, pero no es imposible pensar en The Room mientras se lo lee: “Dos clichés hacen reír. Cien clichés conmueven, porque percibimos vagamente que los clichés están hablando entre sí y celebran una fiesta de reencuentro. Del mismo modo que el colmo del dolor se acerca a la voluptuosidad, y el colmo de la perversión roza la energía mística, así también el colmo de la banalidad deja entrever una sospecha de Sublime.”
2. Me FORRÉ jugando a Habbo Hotel, de Gonzalo Herrera (en español)
Yo no fui una chica Club Penguin, en todo caso fui una chica Neopets, pero antes que todo yo fui una chica Habbo. Habbolatino, más exactamente; pasé tantas horas construyendo habitaciones y conociendo amigos a quienes les decía que tenía quince o dieciséis cuando en verdad tenía once. Habbo nunca careció de sus momentos oscuros, eso es obvio, pero era una de las zonas donde uno podía jugar antes de graduarse a las redes sociales. Ahora no hay muchos lugares donde se pueda ser un niño en internet. Twitter o Instagram o TikTok son los nuevos Club Penguin: acumulas puntos por tus takes o tu apariencia, y perder el juego es ser cancelado hasta que te mates o desaparezcas del internet.
Habbo, en su punto máximo, tenía sus estructuras sociales, sus tradiciones, su lenguaje secreto. Cuando Habbolatino murió ese ecosistema fue fulminado, y cuando Chrome descontinuó Flash quemamos el último punto de acceso a ese mundo. De ese tiempo solamente quedan las capturas de pantalla, los mensajes en foros que se caen a pedazos, y textos como este, que narra en detalle fascinante el modus operandi de uno de los ladrones más efectivos de Habbo. Es una crónica de un momento único del internet. Incluso si esta entrevista no tuviera una narrativa cautivadora, solamente por eso valdría la pena leerla.
3. Harry Styles listens to City Pop, de Kyle Chayka (en inglés)
Leí hace unas semanas una reseña cruel y graciosísima del último disco de Harry Styles, “una cámara de tortura de trece pistas.” Es divertido ser cruel, pero si quieres Aprender Cosas, generalmente es mejor no serlo. Sustento: este ensayo, curioso y gentil, en el que Kyle Chayka que desenreda las raíces musicales del disco y traza la trayectoria transpacífica del city pop, el “género musical del algoritmo”.
(Si les gusta este ensayo, esa misma newsletter publicó ayer un texto precioso acerca de la experiencia de hacerle zoom a pinturas clásicas. Recomiendo tanto.)
4. El zoo de papel, de Ken Liu (en español)
En el carro, hablando de ciencia ficción hace unas semanas, le dije a un amigo que quería leer Exhalación de Ted Chiang. Él me respondió que la antología estaba bien, pero que a él le había gustado más El zoo de papel, de Ken Liu. No quiero arruinarles la experiencia de lectura, así que sólo les voy a decir esto: el relato que da título a la colección es uno de los textos más lindos que he leído en mi vida. Llorando en la estación de bus, realmente.
5. Trabajos de mierda: Una teoría, de David Graeber (en español)
La tesis de Trabajos de mierda es esta: la mayor parte de trabajos en Europa y Norteamérica (en particular) son trabajos falsos, hechos de tareas que aquellos empleados para ejecutarlas consideran inútiles, innecesarias, o incluso dañinas. Trabajos cuya desaparición no causaría ningún cambio en el mundo; trabajos que los propios titulares sienten que no deberían existir. Graeber argumenta que estos trabajos causan un inmenso daño espiritual. Más allá de la fuerza del argumento y su evidencia, lo que para mí anima el libro es la fuerza vital del Graeber, una de las personas que genuina, no-irónicamente considero un norte moral. Cuando me siento llena de cinismo sobre nuestros prospectos políticos acabo gravitando de vuelta a él, que nunca dejó de creer en el potencial de reinvención del mundo. Yo nunca dejaré de pensar que su muerte fue una tragedia inmensa. RIP David. Dile No a las relaciones parasociales, pero te extraño todos los días.
Bonus: It’s All Over, de Justin E. H. Smith (en inglés).
Leí el libro de Smith, llamado The Internet Is Not What You Think It Is, hace unas semanas (uno de mis favoritos del año). Este ensayo, lleno de frustración donde el libro pone ambivalencia, es la semilla de muchas ideas exploradas allí:
Me ha llegado a parecer recientemente que el presente momento debe ser para el lenguaje algo así como lo que la Revolución Industrial fue para los textiles. Un escritor que trabaja en el antiguo sistema de producción puede pasar días elaborando una oración, poniendo lo que parece una idea valiosa en el lenguaje, solo para descubrir, una vez terminado, que el Internet ya ha producido innumerables oraciones que son más o menos iguales, aunque estas carezcan del origen artesanal que, imaginamos, le da alma a la escritura. Me parece que no hay más lugar para escritores y pensadores en nuestro futuro que, desde el siglo XIX, ha habido para los tejedores.