El lamento, cuando aparece, se arrastra en círculos alrededor de la mente. Nace de la fricción entre el ego de uno y la realidad de otro: un artista joven, un millonario en sus veintes, un amigo cercano que parece haber hecho más con la misma cantidad de tiempo que a uno le ha sido otorgada. El lamento está enhebrado de envidia, aunque también la trasciende; apunta no al exterior sino hacia nosotros, enfoca y afila de golpe todos los errores que día a día sólo se perciben periféricamente o, peor, que hasta el momento de la llegada del lamento nunca se han percibido como errores. El lamento es simple, y su estructura, permutable: tengo veinte años y no he logrado absolutamente nada; tengo veinticinco años y he desperdiciado todo mi tiempo; tengo treinta y siento que mi vida se ha acabado.
¿De dónde viene? ¿Será El Capitalismo? De un ensayo que publiqué en Junio sobre la carrera armamentista del mérito:
Greta Thunberg fue canonizada a los quince, Malala Yousafzai a los diecisiete; Mark Zuckerberg fundó Facebook a los veinte y Steve Jobs, Apple a los veintiuno.
La juventud siempre ha sido una fascinación cultural, pero hoy la atención parece estar dirigida no hacia la adolescencia por sí misma, sino hacia la precocidad y los prodigios. Una vez empiezas a buscarlas, manifestaciones de esa neurosis están por todos lados. Apenas en 1999 la revista Fortune empezó a publicar la lista 40 under 40, inicialmente una clasificación numérica de la riqueza y, a partir de 2009, un catálogo de las personas con más poder e influencia en los negocios. En 2011, Forbes dio un paso más allá y sacó 30 under 30, que recopila a líderes de rubros que van desde el marketing hasta el impacto social. Ambas listas se convirtieron en fetiches culturales, y la demencia continuó, irremediable: 25 under 25, 21 under 21, 18 under 18. El mensaje atrás de ellas era claro. No sólo alcanza con ser rico o innovador: el mérito real está en lograrlo siendo lo más joven posible.
1999, 2009, 2011. Se me ocurre una forma de explicar la rapidez con la que estos mensajes penetraron en la cultura (cero pruebas, muchas dudas): al brindar tantos puntos de comparación, el internet social aplana cualquier tipo de distinción que no sea superlativa. No alcanza con ser bello, pues el feed muestra una progresión infinita de rostro simétrico tras rostro simétrico: para distinguirse y, por lo tanto, existir, uno tiene que ser el más bello. Así con el éxito, así con la riqueza, así con la juventud.
Y también hay una forma de explicar los sentimientos de insuficiencia que vienen al comparar la vida de uno con la de otros. Es cierto: las diferencias en resultados profesionales, especialmente cuando se trata de gente joven, son causadas por diferencias no de talento o esfuerzo, sino de acceso a capital social, económico y cultural. Es cierto que es infinitamente más fácil escribir una novela, organizar un movimiento político o abrir una empresa si no tienes que preocuparte por trabajar o pagar la luz pero sí tienes a una familia lista para apoyarte con mil dólares o una llamada de teléfono. Y es cierto que estas diferencias son sutiles, y que tal vez por eso es tan difícil comenzar a imaginarlas: el privilegio a veces consiste simplemente en tener gente en tu vida que te enseñe que ciertos caminos son posibles.
Pero aún así es difícil no poner los ojos en blanco cuando se sugiere que uno ha logrado menos porque la vida le ha dado menos. El lamento, he escrito antes, re-enfoca la vida; reescribe el pasado, anula el futuro, distorsiona los pensamientos de uno y las palabras de otros. Hace que las explicaciones acaben sonando a excusas. Y, personalmente, cuando este dolor particular se establece en mi vida y la infunde por semanas de parálisis y cinismo, mi problema más grande no es entenderlo—es saber qué hacer con él.
Siempre he encontrado curioso el cliché que dice que los pobres sólo buscan vivir del estado; en mi experiencia, la primera cosa que aprendes cuando creces pobre es que nadie va a venir a salvarte. Es un tema recurrente en mis conversaciones con las mujeres de mi familia. No puedes controlar tu destino ni las circunstancias en las que la suerte te ha puesto, pero debes trabajar para lograr mejores resultados a pesar de todo; el esfuerzo rara vez es suficiente, pero más allá del abandono total de la esperanza, no tienes muchas otras opciones.
No me malentiendan. El sistema es denigrante e injusto, y cada día miles de personas talentosas y perseverantes luchan para sobrevivir mientras los hijos idiotas del privilegio triunfan y triunfan y triunfan. Pero la parálisis y el cinismo no ayudan a nadie. Como escribe Clare Coffey, cualquier intento serio de arreglar este estado de los asuntos (El Capitalismo, supongo) requerirá más disciplina, más coraje, más resistencia y más capacidad por parte nuestra, no menos.
Hay más. Creo que sería útil comenzar a comprender cómo una adoración ciega del valor de la juventud ha distorsionado nuestra forma de ver el mundo. ¿Qué significaría dejar de pensar que los triunfos precoces y los valores de la juventud son los mejores que la vida tiene para ofrecer? Pienso mucho en esta sección de un perfil de Rachel Cusk:
“Celebraré mi quincuagésimo cumpleaños en el aire”, señaló. Cuando le pregunté qué significaba el hito para ella, parafraseó a D. H. Lawrence: “Algunas personas tienen mucho más por recorrer desde donde comienzan para llegar a donde quieren estar: un largo camino hacia la montaña, y así es como ha sido para mi. No siento que estoy envejeciendo; siento que me estoy acercando”.
Aceptar que el valor de uno proviene de su juventud es condenarse a vivir mirando atrás. Pero la nostalgia es cómoda porque siempre está de acuerdo con nosotros; rara vez puede sorprendernos. Al final, creo que renunciar a las decisiones, errores y subsecuentes arrepentimientos inevitables a crecer es renunciar a ser una persona. ¿Por qué querer retroceder cuando uno podría estar acercándose?
Lo cierto es que nada me parece más triste que vivir mirando atrás. Admiro a quienes logran cosas maravillosas, especialmente con muy pocos años en este mundo, pero no puedo dejar que nadie me convenza que todo se ha acabado cuando, en los días en los que tengo suerte, puedo ver que hay tanto camino por delante. En mi experiencia, esa es la manera de vivir más allá del arrepentimiento: dejar que el mundo y el tiempo crezcan alrededor de él. Con esa perspectiva es más fácil recuperar la urgencia y, más importante, la certeza: de que hay tantas catástrofes y sorpresas esperando en el futuro, que todavía hay tanto por hacer.
recomendaciones de la semana
1. Slouching Towards Bethlehem, Joan Didion
Mis amigos conocen bien mi relación amor-odio con Joan Didion (la amo a ella y me odio a mi misma). Por mucho tiempo estuve fascinada por la mística alrededor de su figura—los vestidos rectos, el Corvette blanco, los tiempos antes del colapso de la industria del periodismo—pero su prosa me parecía frustrante. Creo que es fácil, cuando uno escribe ensayos con una estructura fragmentada, eludir el trabajo intelectual que requiere la escritura y reemplazarlo por vibras. (Lauren Oyler hizo la mejor versión de este argumento en su libro Fake Accounts). Pero creo que una estructura fragmentada bien lograda puede ser de las herramientas más poderosas de la no ficción: es bella, sutil, y recompensa bien a los lectores si ellos son capaces de hacerle honor al texto.
Solía sentir que los textos de Didion me eran herméticamente inaccesibles. Cada vez que acababa un ensayo en Los que sueñan el sueño dorado miraba alrededor extrañada, preguntándome donde estaba la magia de la que todo el mundo hablaba, pensando que tal vez yo era demasiado roma como para hacerle honor a ella. El problema aún pesaba en mi mente cuando compré Slouching Towards Bethlehem hace una semana. Cuando releí el ensayo titular, que pese a parecerme casi incomprensible me ha fascinado desde la primera vez que lo encontré, algo hizo clic. Estos días he estado leyendo el libro lentito, deteniéndome para admirar un adjetivo o un giro de frase—no sé que se ha abierto en mi a lo largo de los últimos meses, pero siento que al fin la comienzo a entender.
2. Salir del castillo del vampiro, de Mark Fisher (en español, original en inglés)
Un clásico. Sobre la imposibilidad del diálogo en los círculos digitales de izquierda:
Hemos de aprender, o volver a aprender, cómo construir camaradería y solidaridad en vez de hacer el trabajo del capital condenándonos e insultándonos los unos a los otros. Esto no significa, por descontado, que tengamos que estar siempre de acuerdo: al contrario, hemos de crear las condiciones donde pueda darse la falta de acuerdo sin temor a la exclusión y a la excomunicación.
3. Allá, allá lejos. Un recordatorio del breve futuro de los restaurantes, de Alonso Ruvalcaba (en español)
Recomendé este texto una vez, hace unos meses, cuando estos posts eran tweets, pero siempre es bueno volver a mandar más lectores a lo que escribe Ruvalcaba. Adoro su prosa y la facilidad con la que se desliza entre registros y emociones. He releído esta crónica sobre sus restaurantes favoritos durante la pandemia tantas veces que no descartaría decir que es una de mis influencias más grandes, en términos de estilo, cuando escribo para esta newsletter. Si les gusta (les va a gustar), léanlo también escribir acerca de las comidas exóticas y el gusto. (amamos !!!!!!)
4. Planeta de ciudades miseria, de Mike Davis (en español, original en inglés)
Aún estoy leyendo Planeta de ciudades miseria, pero estoy disfrutándolo lo suficiente como para recomendarlo. El primer párrafo, para que se hagan una idea:
En algún momento del año que viene una mujer dará a luz en Ajegunle, un área urbana hiperdegrada en las afueras de Lagos (Nigeria); atraído por las luces de Yakarta un joven huirá de su aldea en el oeste de Java o un granjero peruano trasladará su empobrecido hogar a uno de los innumerables pueblos jóvenes de Lima. El hecho en sí mismo será irrelevante y pasará totalmente desapercibido, sin embargo constituirá un acontecimiento en la historia de la humanidad comparable a la Revolución industrial o a la que se produjo en el Neolítico. Por primera vez, la población urbana del planeta será superior a la rural.
Pasé el mes conversando y viajando; como suele suceder en estas circunstancias, descubrí muchísimos nuevos libros. He compilado las recomendaciones en una lista de Goodreads, un poco para centralizarlas pero también para documentar de alguna forma este mes, que ha sido caótico e intenso. El orden temático, aproximadamente, de arriba a abajo: ciencia social, poesía, estudios ambientales, tecnología. También hay varias novelas esparcidas a intervalos aleatorios. Gracias a Santi, Valeria, Wendi y Henry por sus contribuciones, directas o indirectas, a esta selección. Y gracias a ustedes por leer. Nos vemos en unas semanas.