Para The Point, mi revista gringa favorita, he escrito una crónica breve sobre el homenaje a Charlie Kirk que se celebró en Lima a inicios de octubre. Se llama Turning Point Peru. Está en inglés. Es mi Fear and Loathing en el Parque de las Aguas. Escribir sobre Perú para audiencias extranjeras significa muchas veces que el ritmo del texto está marcado por aquellos momentos en los que una se tiene que detener a traducir o a hacer un paréntesis explicativo. Hacer esto sin que la prosa se desfase es un arte; hice lo mejor que pude (han sido mis modelos aquí: Carina del Valle Schorske y todo el equipo de Radio Ambulante). Pero ciertas cosas trascienden las barreras culturales: es ridículo que la Municipalidad de Lima haya organizado un homenaje a un YouTuber estadounidense prácticamente desconocido en la región. Es casi tan ridículo como hablar de la “batalla cultural” en un país que se encuentra sumido en una guerra contra el crimen organizado (y, seamos honestos, que la está perdiendo). Es más ridículo aún que el hombre que organizó este evento—un despilfarro de recursos públicos—tenga serias intenciones de ser presidente de la República el próximo año. Y los dibujitos, los streamers de Kick, el submundo de la derecha peruana online: de todo esto va el ensayo.
Otro congresista, también con un gorro de MAGA, nos dice que vivimos tiempos maravillosos en Lima. “Decían que los marrones no podíamos venir aquí a dar homenaje a Charlie. ¡Mentira! ¡Aquí estamos los marrones! ¡Aquí estamos los peruanos!”
Los primeros borradores del texto contenían alrededor de mil palabras sobre las ambiciones políticas de Rafael López Aliaga (el evento de Kirk fue básicamente un mitín preelectoral), la huelga de transportistas y la crisis de extorsiones. Por ayudarme a convertir un ensayo enmarañado de tres mil palabras en una crónica sucinta de casi mil, les agradezco a mis editores, Rachel Wiseman, Julia Aizuss y Jon Baskin. Quiero aquí hablar sobre un par de estas digresiones desaparecidas.
Una de ellas iba sobre esa nueva corriente de pensamiento que dice, en esencia, que el internet importa más que el mundo real. Tus hit tweets importan más que tu carisma irl. Tu número de seguidores importa más que tu CV. Creo que esta forma de pensar sobre lo digital no es más que otra manera de dar rienda suelta al pasatiempo favorito de los terminalmente online: ignorar la realidad. Es cierto que tardes como la de este homenaje serían imposibles sin el internet. Sin el internet no tendríamos LARPers que se disfrazan de fascistas para joder a la gente y que luego esa gente jodida los vuelva virales. Tampoco tendríamos a colectivos anónimos que se aglutinan alrededor de políticos dispuestos a actuar como payasos. No tendríamos a Kirk, un pionero de la opinología de masas moderna, un hombre que impulsó su carrera con la combustión de la indignación virtual. Y no tendríamos a jóvenes que, ahogados por el nihilismo que enmohece sus rincones de la web, están listos para disparar a quemarropa.
Toda la tarde del homenaje tuve la impresión de que la barrera sacrosanta entre el mundo real y aquellos sitios web hechos para que uno los visite a solas y a oscuras en su cuarto, una mano metida en una bolsa de Doritos azules y la otra sobre el mouse, había colapsado. Esas voces dementes habían llegado al Parque de las Aguas, donde repetían las mismas frases que uno solamente ha visto verde sobre verde en 4chan, y sudaban y reían achicharradas por el sol—en fin, un sueño febril. Era obvio que estaban fuera de lugar, que pertenecían a un mundo distinto del de los padres de familia y los niños que paseaban en el parque con nosotros. También era obvio que no tenían poder.
El internet es una fuerza notable, rarísima e históricamente nueva (esta es una de las grandes tesis de esta newsletter; la otra es que la movilidad social es una mentira). Esto no significa que el internet a secas sea una fuente de poder. La razón por la que López Aliaga pudo llenar este mitín fue porque, más allá de los memes, él posee el ensamblaje político que le permite congregar a personas de iglesias evangélicas y ollas comunes a su alrededor, traerlas en buses hasta el centro de Lima para llenar un evento que se inventó cuando estaba en Madrid. Por otro lado, nadie va a invitar a los loquitos de Forosperú a reuniones del gabinete. Se burlarán de ellos, puede que incluso los odien, pero casi nadie los escucha. No mueven masas. ¿Por qué el Partido Republicano estadounidense se ha rasgado las vestiduras por la muerte de Kirk? Porque era una herramienta política conveniente, sí. Porque sus millones de seguidores lo convertían en un gran megáfono, también. Pero la razón principal es que su grupo, Turning Point USA, tiene alrededor de 850 capítulos en todo el país. Es una organización inmensamente exitosa. Ayudó a rejuvenecer al Partido Republicano. Inclinó la balanza a favor de Trump en varios estados durante las elecciones, especialmente en Arizona. Kirk era un nodo central en la red de poder republicana: “Constantemente conectaba a políticos con donantes, a dirigentes con asesores, y a medios de comunicación con el próximo joven productor estrella o especialista en marketing brillante”, escribe Tanner Greer. Kirk convirtió su viralidad en una estructura política que lo hizo indispensable para el segundo régimen de Trump.
Esa es mi conclusión temporal (puede que cambie de opinión algún día) sobre la relación entre los medios de masas y el poder político. La atención por sí sola no es una victoria política. La atención, cuando va acompañada del tipo de andamiaje concreto que Kirk construyó a lo largo de la última década, puede llegar a serlo. Necesitamos entender esto si queremos responder a estos actores y crear movimientos que puedan darles la contra.
Se ha escrito muchísimo sobre la muerte de Charlie Kirk. Por varias semanas el tema fue inescapable. Algunos de mis ensayos favoritos al respecto fueron este, de mi amigo Oliver, sobre el nihilismo post-político; este, de mi amigo David, sobre la reacción demoníaca al video del asesinato (otra de las grandes tesis de esta newsletter, y probablemente la tesis de mi ensayo favorito de Sam Kriss); este, de Tanner Greer, sobre la importancia de Kirk para la estructura política de la derecha de Estados Unidos; y este intercambio entre los opinólogos Ezra Klein y Ta-Nehisi Coates sobre el rol de los escritores y los periodistas en tiempos de crisis.
Entregué el texto el miércoles; mi editora me devolvió su versión el viernes. Entretanto, Perú cambió de presidente. Esa noche me senté en el sofá y pensé en los miembros de mi familia que han tenido que huir de sus barrios porque los estaban extorsionando; pensé que la segunda vuelta de las elecciones del próximo año bien podría ser entre López Aliaga y Keiko; y pensé luego que, desde las matanzas de inicios de 2023, lo único que he sentido es una desolación absoluta, una profunda carencia de esperanza. De eso intenté hablar en la crónica: el sentimiento de impotencia que se sedimenta en la boca del estómago hasta parecerse al inicio de la risa. La sonrisa que se te escapa mientras miras todo a tu alrededor desplomarse de la manera más idiota posible. No puedo dejar de pensar que son tiempos oscuros, y que durarán por mucho tiempo. (Se me viene a la mente ese texto de Bolaño, El pasillo sin salida aparente). Pero quedarse en la sala mirando la tele y palideciendo con cada nuevo titular no sirve de nada. La noche del homenaje en el Parque de las Aguas me encontré con una amiga y, conversando sobre los eventos, me dijo que no podemos esperar victorias en el futuro. No tendremos victorias. Nuestro rol ahora es aguantar los embates, luchar para no perder el poco progreso que hemos alcanzado.
Hay marcha mañana. Estaré allí. Espero que ustedes también.