En la marcha del orgullo, mientras intentaba salir de Plaza San Martín, alguien me empujó y abrió el botón que cerraba el bolsillo de mi casaca. En ese mismo movimiento se llevó mi celular. Esa fue la primera vez que me robaron; así se fue el primer teléfono que compré con mi plata. Cada vez que cuento esto digo que ya no me molesta, que ahorita sólo estoy impresionada por la téchne del ratero—pero al darme cuenta del robo, en medio de las carrozas de Matadero y los bividís cortados a tijeretazos, sí me sentí verdaderamente terrible1.
La geolocalización de mi teléfono me mostró los pasos del ratero: caminó por Centro de Lima antes de bajar por la Vía Expresa, entrar al Valetodo, y pasar las últimas horas de la noche en el parque Kennedy. Metió mi SIM a otro dispositivo y usó mi WhatsApp para pedirle a mis amigos mis claves. Los días siguientes pasé al conteo y control de daños: borrar información, cambiar contraseñas, anular sesiones del banco.
Comencé a usar el Huawei que había sido de una tía. Era más grande que el teléfono anterior, la pantalla hiperbólica. Deslizaba mi pulgar a la derecha, esperando abrir la pestaña del clima, y mi nuevo teléfono me mostraba en cambio los titulares del día; comenzaba a escribir un mensaje y el teclado corregía mis abreviaturas, ignorante de mi dialecto en internet. Como no pude transferir mis viejos contactos, los nombres de mis amigos fueron reemplazados por cadenas de números hostiles. Los emojis aparecían deformes, y costaba más tiempo tomar una foto veloz. (Sí, sí, la soldado más fuerte de Dios…). El total de la experiencia fue desorientante. Debe ser tal y como uno se siente luego de una cirugía plástica, imagino: esos pasos en falso de la mente al encontrar el cuerpo cambiado.
He estado leyendo El medio es el masaje de Marshall McLuhan, un inventario de efectos tecnológicos escrito a finales de los años 60. Escribe: “La rueda es una extensión del pie, el libro es una extensión del ojo, la ropa una extensión de la piel y el circuito eléctrico una extensión del sistema nervioso central. La extensión de un sentido altera la forma en la que percibimos el mundo. Cuando estas proporciones cambian, cambia también el hombre.”
Cuando hablamos del internet social hablamos en el lenguaje de las disrupciones: nunca antes habíamos tenido acceso tanta información, o interactuado con la interioridad de tantos seres humanos, o existido tan cerca de la telepatía. Esto es cierto. También es cierto que, como escribe Justin E. H. Smith, el sueño de las telecomunicaciones es transversal al mundo natural. ¿No sería posible que el internet sea solamente otra expresión del mismo deseo latente de la comunicación a distancia?
Piensa en el pisotón del elefante, el chasquido submarino del cachalote, las feromonas de las polillas Emperador y las rizobacterias aéreas del tomate y la artemisa. Piensa en las arañas y en sus redes: filamentos que transmiten información de un nodo a otro a través de vibraciones imperceptibles. Las telarañas no son parte del sistema nervioso de los arácnidos, pero tampoco son añadidos artificiales a él—percibir el mundo a través de sus redes es simplemente lo que es percibir el mundo como una araña.
Una tía volvía de Estados Unidos. Envuelto entre sus ropas, fuera de su caja, me trajo el nuevo teléfono: el mismo modelo, el mismo color, la misma pantalla de negro pulido. Escribe Smith que Aristóteles creía que el asiento del alma estaba en el corazón. Para la tradición esotérica judía era un hueso en la base de la columna vertebral. René Descartes pensaba que se alojaba en la glándula pineal. Para Smith, el alma podría guardarse en las puntas de nuestros dedos: las yemas que presionan las teclas de nuestros teclados. “El flujo desde mis pensamientos hasta la punta de mis dedos, a través del teclado y hacia el documento en la pantalla, es tan fluido y fácil como si estuviera hablando. Así de íntimamente conozco a mi máquina, y cuán natural me es pensar y producir huellas de mis pensamientos por medio de ella.”
Una coordinación perfecta entre la mente y la mano, la mano y el mundo. Una pregunta llega a mi mente, e incluso antes de percibir por completo el deseo de conocimiento, la respuesta ya está en mi pantalla. Íntimamente, así es como conozco a mi máquina: como los perros al silbido de sus dueños, como las arañas a sus telarañas.
“Confusiones innumerables y un profundo sentido de desesperación invariablemente emergen en períodos de grandes transiciones tecnológicas y culturales,” escribe McLuhan. Cuando al fin llegó mi teléfono nuevo a casa lo único que sentí fue felicidad. Guardé el Huawei en un cajón. Digité mi correo y mi contraseña. En tres horas parecía que todo el tiempo que pasó desde el robo nunca había ocurrido. Las aplicaciones, las fotos, los nombres, los números: todo estaba restaurado, igual a como era antes. El teléfono brillaba en sincronía con mis miradas y mis toques. No me negaba ningún impulso, lo llamaba y respondía; la mente y el cuerpo, completos al fin.
recomendaciones de la semana
1. La newsletter de Ezequiel Zaidenwerg (en español)
Encontrar este proyecto del poeta Ezequiel Zaidenwerg, una newsletter donde envía diariamente un poema traducido por él, ha sido una de las mejores cosas que me pasó este mes. Su catálogo es espectacularmente ambicioso, y leer sus emails se me ha vuelto un ritual diario, como el horóscopo para algunos: es un punto de inflexión en mi día. Yo sé que uno de los grandes temas de esta newsletter es “internet: qué mal” pero escúchenme. ¿Dónde más podría ocurrir algo tan lindo como esto? Suscríbanse. Háganse el favor.
(Bonus: el blog de Zaidenwerg tiene una sección en la que traduce letras de canciones, y en esa sección, tiene Sweet Child O’ Mine traducido en el estilo de Ruben Darío. Obsesionada. Viva el internet.)
2. Books Become Games, de Justin E. H. Smith (en inglés)
Ah, se la creyeron. Volvemos al tecnopesimismo. Justin E. H. Smith me parece una de las personas más lúcidas hablando del internet social hoy; desde que leí su libro, citado en el ensayo de arriba, no he dejado de hablar de él (mis amigos me ruegan que pare). Se imaginarán mi DELEITE cuando descubrí que Smith tiene un Substack donde escribe ensayos cortos sobre La Cultura. Mi ensayo favorito por ahora es Books Become Games, donde reflexiona sobre el proceso de publicación de su último libro:
Los libros son, nos guste o no, ahora ontológica y comercialmente como las tote bags que es probable que usted compre en su visita a una librería: son recuerdos, souvenirs que señalan su afiliación a un cierto grupo de ideas que puede obtener leyendo un libro, pero que también puede obtener, más o menos, leyendo una copia promocional. (...) En resumen, los libros, hoy, son un satélite de las redes sociales, que funcionan según la misma lógica, dentro de la misma economía vacía de rumores e inevitables olvidos.
Mmmm. Ahora a recomendarles dos libros.
3. Happy Hour, de Marlowe Granados (en inglés)
Respecto a la felicidad, esta es mi propuesta: leer novelitas. Una novelita no es lo mismo que una Novela (Ducks Newburyport, NW, Ruido de fondo), y tampoco que una novela (Las chicas, Sumisión, Nunca me abandones). Una novelita es una novelita: ligera, serpenteante, luminosa. El drama es mayormente interpersonal, la trama divaga feliz, e idealmente la portada está hecha en tonos otoñales. Early Work es una novelita. Matrix es una novelita. La primera mitad de How To Be Both (sobre George) es una novelita. Si Trainspotting no fuera sobre adictos a la heroína sería una novelita; si Sally Rooney no fuera un monstruo mediático, todas sus novelas serían novelitas.2
Pasé el fin de semana leyendo Happy Hour de Marlowe Granados, una novelita sobre dos chicas que pasan un verano eléctrico en Nueva York vendiendo vestidos y corriendo fiesta tras fiesta. Leí una entrevista con Granados en la que decía que su meta era escribir no sobre el dolor de la feminidad, sino sobre chicas jóvenes “encontrando placer y divirtiéndose, ese tipo de búsqueda.” Obviamente, estoy interesada.
4. El elogio de la sombra, de Jun'ichirō Tanizaki (en español)
Elogio de la sombra es un ensayo, corto y terso, que retrata el impacto material, estético y emocional que tuvo la llegada de la electricidad a Japón a inicios de 1930. Es también una reflexión sobre el impacto de la tecnología en las identidades nacionales. Un favorito instantáneo: lean, lean, lean.
5. bonus: 10 razones por las que un cholo no es hipster cuando viste chalina, de [REDACTED] para El Panfleto.

lololol. Gracias a mi amix por recuperar este texto histórico de la cultura peruana de internet. Patrimonio de la patria:
¿Vives en Villa El Salvador pero escuchas The Magnetic Fields? ¿Te encanta preparar tus postres con chía pero te transportas en triciclo para llegar a tu casa? ¿Tu vieja hizo de cena una sopa de patitas de pollo pero tú dices ser vegano? ¿Vas a la cabina de tu barrio para postear en tu blog artículos sobre The Smiths? ¿Tu viejo piensa que eres cabro y tu mamá te ha llevado con un brujo norteño para sacarte el demonio con un cuy negro?
Saben. Si yo no hubiera leído este párrafo de chibola mi vida sería tan distinta. Reflexionemos sobre eso mientras acaba la newsletter de hoy. Gracias a Valeria por sus edits valiosísimas al ensayo de la intro; gracias a ustedes por leer. Nos vemos en ummmm unas semanas.
En momentos como esos me resulta útil recordar las palabras de Epícteto:
Nunca digas “lo he perdido” sino “lo he devuelto”. ¿Ha muerto tu hijo? No, lo has regresado a quien te lo había dado. ¿Ha muerto tu mujer? No, la has devuelto a quien te la dio. ¿Te han quitado tus terrenos? También eso has restituido.
“Pero”, dirás, “el que me las quitó es una mala persona.”
¿Y a ti qué te importa en qué manos pone lo que devuelves Aquél que te lo ha dado? Mientras te lo haya dado a ti, cuídalo, pero no lo consideres tuyo, del mismo modo en que el viajero no considera suya la posada donde se aloja.
(Por supuesto todo esto era útil de recordar dos o tres semanas después de lo ocurrido porque los días siguientes todo en lo que podía pensar era que este no era sólo un teléfono nuevo SINO UN TELÉFONO CARO Y MÁS AÚN UN TELÉFONO CARO QUE ME COMPRÉ CON LOS AHORROS DE LA CHAMBA ASÍ QUE SE IMAGINARÁN LA FURIA NEGRA Y SIN FONDO QUE SENTÍ LOS DÍAS SIGUIENTES MIENTRAS MI MAMÁ ME DECÍA VES LO QUE TE PASA POR QUERER TENER UN CELULAR CARO EN LIMA. Pero ya no estoy triste.)
Mi impresión es que los otacos llaman a este género "slice of life."