
Leí 95 libros este año. Quería leer 100. No me voy a lamentar mucho; 95 aún es un buen número. Pero déjenme igual lamentarme un poco y hablarles un ratito sobre no leer.
Uno de mis ensayos favoritos del año pasado fue Contra el mundo, contra la vida, el libro de Michel Houellebecq sobre Lovecraft. A fines de la adolescencia, un “terror letárgico” se apoderó de Lovecraft, quien desde los dieciocho hasta los veintitrés no hizo nada. Nada. Rara vez salía de la casa, pasaba el día entero en la cama, sólo hablaba con su mamá, y ni siquiera podía escribir. Pronto le diagnosticaron depresión nerviosa. Para Houellebecq, este episodio de cinco años es crucial al entender el horror anti-humano de la obra de Lovecraft, porque:
Cuando uno ama la vida, no lee. Ni tampoco va mucho al cine. Digan lo que digan, el acceso al universo artístico queda más o menos reservado a los que están un poco hasta el gorro.
Duele decirlo pero puede que Houellebecq tenga razón. A mediados de este año dejé de leer a mi ritmo usual; una fiesta desembocó en otra, se casó mi mejor amiga, de la nada alguien proponía un viaje o una fumadita y luego bajar al restaurante taiwanés de la vuelta—y así se iban las semanas. Había algo histérico en la velocidad de estos planes, pero todo se podía justificar bajo el estandarte de la post-pandemia; en todo caso, en estas circunstancias la lectura cuantitativa comenzó a sentirse como un peso muerto.
Siempre tuve una repulsión instintiva hacia esos TikToks que recomiendan libros de 50 páginas para que “completes tu meta de lectura”, pero cuando el algoritmo me trajo esos videos sí les tomé captura de pantalla. Me niego a consumir en atracones o dedicarme exclusivamente a textos fáciles—pero ya ven que sigo obsesionada con registrar mis lecturas en Goodreads y, en el proceso de subir ese número, varias veces este año deslicé el ojo sin cuidado sobre párrafos que yo sabía merecían más atención.
Lo que me jode de eso último es que lo que me gusta de leer es la lentitud. La realidad no es lineal, pero al menos en los libros puedes pretender que es posible detenerse en cada detalle; al menos ahí es posible nunca olvidarse de nada. Y es bello, también, ejercitar el músculo de la atención. Eso extrañé estos meses: mirar fijamente a un objeto por horas y verlo abrirse infinito, dejar que las palabras de alguien más te toquen como a un instrumento.

Aún encuentro muy difícil explicarle a las personas por qué me es importante esto de los 100 libros. Es un proyecto vano. El valor de la lectura no está inmediatamente claro a los más pragmáticos de mis amigos; siendo honesta, ni siquiera estoy segura de que leer tenga un valor intrínseco. He conocido a los suficientes hombres patéticos y cultos para saber que leer no te hace mejor persona. Hay maneras más eficientes de absorber información. Y siempre he sentido que la adultez me cobrará largo estos años que pasé leyendo en vez de aprender Python. No, empecé a leer porque me hacía feliz. Continué porque no podía detenerme. Y supongo que me aferré a esta meta porque me parecía deshonesto no hacer un sacrificio por algo que amaba tanto.
Aún es cierto que las dos cosas que más placer me traen son las palabras y las personas. Aunque la relación entre ambas es simbiótica, a veces siento, en la vena de Houellebecq, que las dos se encuentran en direcciones opuestas. Aun así, por qué tensarse. Aislarse del mundo por un par de semanas, hundirse en él con rabia por otro par: para mí eso suena como una buena vida. Retirarse para volver con fuerza, sí; es sólo que este año el balance se me escapó un poco de las manos. Y eso es todo, no hay tiempo para arrepentirse. Ha sido el año más raro de mi vida. Fracasar en esta meta me parece un buen precio a pagar por haber visto todo lo que vi.
mis libros favoritos del 2022
O lo uno o lo otro, Elif Batuman
La mejor novela del 2022 sigue a Selin, una chica en su segundo año de universidad (she just like me for reallllll). En pos de la objetividad los dirijo a las palabras de mi amigo M; para él, el libro es un ejercicio de puntillismo virtuoso. “Es tan no-prejuicioso, tan real. Contiene la experiencia en sí misma, pero mediada a través del lente de los pensamientos de Selin—y aun así hay un argumento por debajo de todo eso, un argumento presentado de manera impresionista a través de un millón de pequeñas observaciones y momentos.”
No tengo mucho más que añadir; “if I loved you less I might be able to talk about it more” y esas cosas. Se supone que O lo uno o lo otro es una secuela, pero es fácil comprenderla sin haber leído La Idiota, el primer libro de la saga. E incluso si no lo fuera, por qué no leer los dos. Por qué perderte el trabajo de la mejor novelista de nuestros tiempos.
Tomorrow, and Tomorrow, and Tomorrow, Gabrielle Zevin
Hay algunos tipos de crítica para los que yo no tengo paciencia. Cuando oigo a alguien decir, por ejemplo, que un libro no tuvo suficiente trama, siento deseos de agarrar al “crítico” del cuello y llevarlo al paredón y mientras cargo mi fusil gritarle que desde Austen la novela es una forma relacional y que por lo tanto una trama está compuesta no por lo que sea el viaje del héroe sino por los cambios en las relaciones entre los personajes; y luego disparar.
Se imaginarán mi sufrimiento al leer las reseñas en Goodreads de Tomorrow, and Tomorrow, and Tomorrow. La novela sigue la amistad serpenteante de dos artistas a lo largo de tres décadas. Está escrita en prosa práctica y elegante, y si bien a ratos su estructura se fragmenta para dar espacio a juegos con la voz y el punto de vista, el lector atento nunca pierde el hilo de los eventos. Si, como opinaron algunos reseñistas, el libro “no tiene trama”, solamente con estos méritos podríamos concluir que la trama de un libro no es importante. Pero eso no es verdad, porque lo mejor que hace esta novela es diagramar en detalle incómodo las complejidades de las amistades, las disonancias que el amor no alcanza a resolver.
Un verdor terrible, Benjamín Labatut
Yo sé que todo el mundo puso este libro en su lista el año pasado, pero yo llegué tarde a la fiesta así que escúchenme. Locura. Decepción. Amor. Tecnología. Los horrores de la modernidad. Y qué o-ra-cio-nes.
breve interludio: los mejores libros de autoayuda del 2022
Yo soy pro-autoayuda. Pero a mí todo me parece autoayuda: un cartelito sobre una puerta cerrada, un artículo de Jstor, una pinta en el asiento del micro. Tal vez es que soy demasiado crédula, no sé, no importa. Estos fueron mis cuatro libros de autoayuda favoritos del año:
Maneras de amar para la gente que leyó a Ernaux y se identificó ya demasiado. Todo esto del apego ansioso, apego evitativo, etc. parece el horóscopo, pero este año volví muchas veces al capítulo sobre comunicación efectiva. Resulta que hablar sobre tus sentimientos… funciona. Cuatro mil semanas me ayudó a hacer las paces con mi neuroticismo. No puedo hablar mucho de mi relación con La genealogía de la moral sin hacer oversharing, pero llevo todo este año preguntando, entre otras cosas, qué es ser fuerte, y fue N*etzsche el que desencadenó esta búsqueda.
El último es el Enquiridión de Epicteto. Escúchenme. Es verdad que la autoayuda tiende a ser estilísticamente aberrante. Pero en mi experiencia, las cosas más ciertas que he querido comunicar son las que suenan más banales cuando tengo que comunicarlas: “el amor es lo más importante”, “la felicidad es ignorar lo irrelevante”, horror. Si tengo que reconocerle algo a Epicteto es que hace que esas lecciones suenen nuevas y bellas. En sus mejor forma, ese es el encanto de la autoayuda: alcanzarte las verdades de siempre en el vehículo correcto y el momento indicado.
volvemos a la programación habitual
A contraluz, Rachel Cusk
Visceral y limpio, delicioso, delicado. A esto me refiero cuando digo que todo me parece autoayuda: leí esta novela coral de Rachel Cusk y sentí que todas las lecciones que aprendí los últimos meses cristalizaron en ella. Todo es punto de vista, todo es narrativa. Y la estructura de una vida la define el azar. No te lo tomes tan personalmente.
Cathay: A Critical Edition, Ezra Pound
He contado esta historia varias veces en varias fiestas (mi éxito ha sido mixto), pero déjenme contarla de nuevo. Cuando Ezra Pound publicó Cathay, un libro que traducía poemas de la dinastía Tang, sus colegas lo llamaron una obra maestra; T.S. Eliot dijo que las traducciones de Pound habían “inventado la poesía china para su era.”
Pero Pound no hablaba chino. Él armó sus traducciones usando los apuntes de Ernest Fenollosa, que era un lingüista, y que tampoco hablaba chino. Fenollosa recibió lecciones de poesía del profesor Kainan Mori—japonés, tampoco hablaba chino. Ni inglés, de hecho: las lecciones de Kainan dependían del diplomático Nagao Ariga, que traducía al inglés para Fenollosa en tiempo real. Más aún, Mori no estaba exactamente traduciendo los poemas, sino que estaba practicando kundoku, una técnica de lectura a través de la cual los académicos japoneses podían traducir textos clásicos chinos pese a no saber el idioma—un medio camino entre la lectura y la improvisación.
Recapitulemos, entonces. Ni uno de los cuatro hombres involucrados en Cathay—Pound, Fenollosa, Ariga o Mori—hablaba el idioma que estaban intentando traducir1. Cien años después continúa el debate sobre lo que este libro dice de las maneras en las que Occidente imagina a Oriente2. Por supuesto, por supuesto, el valor cultural de Cathay es principalmente su impacto en el modernismo; es adecuado decir que estos poemas son menos traducciones que reinterpretaciones, o que en todo caso son mala traducción pero buena poesía. Esas tantas dimensiones son lo que más me gusta de ellos. Una puede leerlos como respuesta a la guerra (Cathay salió en 1915), como evidencia de la arrogancia de la gente joven, como entrada errónea en un diálogo transcultural, o incluso—wow—como poesía modernista. Porque el libro funciona independientemente de sus cuatro creadores: su lenguaje es diáfano, pero corta como un haz.
El elogio de la sombra, Junichiro Tanizaki
Al inicio de este ensayo Tanizaki medita largo sobre de la belleza del inodoro japonés. “De todos los elementos de la arquitectura japonesa, el baño es el más estético”, un lugar de “reposo espiritual” y “delicia fisiológica” rodeado de oscuridad, madera y silencio3. Pero hacía unos años, cuando le tocó construir una casa con un presupuesto limitado, Tanizaki se dio cuenta de que había llegado la hora. Tendría que “destruir toda afinidad con el buen gusto y las bellezas de la naturaleza” e instalar un inodoro producido en masa, no de madera, sino de losa blanca.
“No tengo nada contra la adopción de las comodidades que ofrece la civilización en materia de iluminación, calefacción o tazas de retrete, pero a pesar de ello, me he preguntado por qué no son diseñados con un poco más de consideración por nuestras costumbres y nuestros gustos.” Atrás de los lamentos, esa es la preocupación principal de El elogio de la sombra: “Si Oriente y Occidente hubieran elaborado cada uno por su lado, e independientemente, civilizaciones científicas bien diferenciadas, ¿cuáles serían las formas de nuestra sociedad y hasta qué punto serían diferentes de lo que son?”
Cualquier tecnología tiene resonancias infinitas. Tanizaki, que escribió este ensayo durante la década en la que la electricidad llegó a Japón, tiene eso en mente cuando describe en detalle la luz dura de las bombillas, el chirrido permanente de los nuevos ventiladores, y el frío de los baños de loseta. El elogio de la sombra es un inventario de sensaciones que retrata un momento frágil en el camino del progreso tecnológico: las personas aún recuerdan cómo era el mundo antes, pero sienten también que ya lo han perdido y que están inevitablemente encaminados en la dirección opuesta.
Hay algunas formas en las que este libro intersecta a mis intereses. Si vives en Latinoamérica, tus relaciones sociales, labores económicas y procesos creativos ocurren más y más en plataformas estadounidenses. Esto es cierto incluso cuando se trata de las “excepciones”: Rappi, el niño dorado de las startups latinoamericanas, fue gestado y es financiado por el acelerador más importante de Estados Unidos. De cierta forma, su única proposición de valor es haber tomado un sistema de negocios inventado en San Francisco y haberlo forzado sobre la precariedad ya presente en Lima, Buenos Aires, Bogotá... Como Tanizaki, no me opongo a los cambios que trae la industria de la tecnología. Lo que quisiera saber es exactamente qué es lo que estamos perdiendo.
The Charisma Machine, Morgan G. Ames
¿Se acuerdan de las laptops XO, verdes, ergonómicas, baratísimas? ¿Las que se volvían inútiles luego de 10 minutos de uso (hablo por experiencia propia)? Sabían que eran parte de un proyecto tecno-optimista cuya meta era alfabetizar a los niños del sur global??? Sabían que el proyecto fue un fracaso????????????
Hikikomori: una adolescencia sin fin, Saito Tamaki
Incluyo este estudio clínico sobre los hikikomori, las personas que viven por años aisladas en sus dormitorios, porque leerlo en un mundo post-pandemia fue escalofriante. Pienso siempre en la sección en la que Saito Tamaki explica que las situaciones sociales traumáticas empujan a los hikikomori al aislamiento, pero el aislamiento mismo es un trauma constante. Cada día a solas profundiza y ensancha la herida, porque “para mantener lo que conocemos como amor propio, es necesario tener (…) el espejo del otro. Idealmente uno preserva su amor por sí mismo al amar a otras personas o al recibir el amor de otros. Pero los jóvenes que viven aislados no tienen este tipo de espejo. Todo lo que tienen un espejo vacío que nunca refleja nada excepto sus propios rostros.”
Perderse, Annie Ernaux
En junio me enamoré por primera vez en tres años. La pasé fatal; comencé a leer a Ernaux. Ahora que ganó el Nobel la gente tiende a recomendar Pura pasión o El acontecimiento, y con razón: estructurados como novelas autoficcionales, ambos son sus libros más redondos, y demuestran su control del lenguaje frente a los torrentes de emoción. Pero Perderse es distinto. Es un libro psicótico-demente. Es el registro apenas editado de un affair; se mueve en círculos, se contradice, tartamudea de dolor. Para mí ejemplifica el tedio vicioso de ciertos tipos de romance, y en esto último no estoy sola: las cinco o seis amigas a las que se lo mandé me llamaron todas a media lectura a preguntar “POR QUÉ ME RECOMENDASTE ESTE LIBRO???? POR QUÉ ME HICISTE ESTO.” Me ayudó a aguantar ese junio. No sé si hay mejores cartas de recomendación.
bonus: mis ensayos favoritos del 2022
El libro sobre clasismo… es clasista. El pesimismo climático ya pasó de moda. Mujeres que. Comodifícame esta. Por fin alguien concuerda conmigo: las TED talk son inherentemente avergonzantes. ¿Cuál heteropesimismo? Solo Matt Levine podría hacerme leer 40,000 palabras sobre criptomonedas y disfrutarlo. Leí ese ensayo mientras evitaba leer este otro, para la universidad. Banger. Pero toquemos pasto, porfa. “Todas las personas jóvenes son hermosas, pero muy pocas tienen Carácter con C mayúscula.” Sobre no tirar y tirotear colegios; sobre tirotear colegios y escribir novelas; sobre escribir novelas y no tirar. Marco, capítulo 5, versículos 1-18 o, la verdad, cualquier otra cosa que Sam Kriss haya escrito este año. Perdón, la crisis del ensayo norteamericano no es culpa mía. Sally Rooney hablando de Ulises. Henry Oliver hablando de Auden. Y Susan Sontag hablando de lo que ella quiera. ¡Venganza! ¡Histeria! ¡Desarrollo de personaje! ¿Y el internet? Bebé, no te enteraste. El internet sigue estando hecho de demonios.
siendo justa, sí — Fenollosa dedicó su vida a estudiar la literatura japonesa y su relación con China, y por supuesto que Ariga y Mori eran académicos expertos y no lectores casuales. pero la historia es más graciosa sin matices!
omg ok momento nerd pero acá hay un paper chévere al respecto… obsesionada
esta sección también es al menos parcialmente irónica — Tanizaki está parodiando la propaganda fascista-imperialista del Japón de los años 30