
En el último relato de Las cosas que perdimos en el fuego, las mujeres arden. Primero hasta la muerte, a manos de sus esposos y amantes, materia de noticieros dominicales; luego por voluntad propia en las hogueras clandestinas de las Mujeres Ardientes. “Las quemas las hacen los hombres, chiquita,” le dice una de esas Mujeres a Silvana, la narradora ambivalente, a mediados del cuento. “Siempre nos quemaron. Ahora nos quemamos nosotras. Pero no nos vamos a morir: vamos a mostrar nuestras cicatrices1.”
Leí este cuento en Septiembre y volví a él en Febrero. En medio Diciembre, el mes que Argentina legalizó el aborto, un éxito de esta nueva ola del feminismo. Ojalá poder explicar lo que me causó verla ficcionalizada, un espejo de las sacudidas que el Ni Una Menos, con sus aliadas y consecuencias, le ha dado (le sigue dando) a Latinoamérica. Ese reconocimiento—no sé, me dejó caminando alrededor de mi casa en círculos por días.
En una entrevista, Melina León2 dice:
Imagínate, los estadounidenses nos cuentan todo el tiempo sus historias. Es bien gracioso, apenas están viviendo el conflicto ya lo están contando. (...) Creo que es saludable para ellos, lo que no es saludable para nosotros es verlos a ellos todo el tiempo.
Crecer en Latinoamérica hoy es crecer viendo a Estados Unidos. Tal vez siempre ha sido así; lo que no se puede negar es que la presencia del internet ha aumentado el poder y la frecuencia de esa mirada. Aunque las redes tienen sus esquinas regionales, el poder y la influencia están concentrados en la esfera anglosajona—I mean, las empresas de software que manejan el monopolio de la atención comparten el mismo código postal en California. Si eres del sur global3, esto significa que es más fácil acceder a la cultura de Estados Unidos que a la de cualquier sea el territorio donde está tu computadora—así que la información que consumimos o es de ellos o es sobre ellos, y, así, reproduce su cosmovisión. (El sur, por su parte, carece de los medios para producir a esa escala, así que adopta la postura de consumidor y producto: es un círculo vicioso).
Esto es una generalización, claro. Hay, a pesar de todo, una presencia local en el internet—movimientos como Ni Una Menos dependieron de ella para existir. Pero el estar online engloba pocas experiencias universales y, además de la atrofia permanente de tus receptores de dopamina, la omnipresencia de Estados Unidos es una de ellas. Es la aceleración de la globalización (o la colonización, dependiendo de cómo lo veas). Pero pienso en lo que dice Melina León: no es saludable para nosotros verlos a ellos todo el tiempo. En Netflix, en Spotify, en YouTube, en los podcasts, en los ensayos, en lo académico, lo periodístico, en el lenguaje, la política, los memes. Más allá de inflarnos de referencias gringas y muletillas en inglés, lo que a mí me interesa saber es qué cambios invisibles causa este mirar constante.
En un cuento de Los peligros de fumar en la cama, los chicos perdidos —secuestrados, escapados, desaparecidos— vuelven. Vuelven años después, vuelven al mismo tiempo, vuelven con la misma edad que tenían al irse. Vuelven incluso desde la muerte. Y cuando se acaba la alegría, los padres empiezan a asustarse: dicen que sus hijos recuperados son como cáscaras, que esos niños no tienen nada adentro.
“Cuando lo escribí,” dice Mariana Enríquez, “pensaba en una leyenda irlandesa que se llama changeling y que cuenta que las hadas se llevan a una persona y dejan otra idéntica en su lugar.” Después de la publicación, Mariana Eva Pérez le dijo a Mariana (Enríquez): “¿En este cuento hablás de gente como mi hermano, no?”
El hermano de la mujer fue recuperado años después de haber sido desaparecido por la última dictadura de argentina. Hablando sobre esto, Mariana dice:
Yo no lo había pensado así en ningún momento, pero me doy cuenta de que las avenidas y las callecitas por donde vienen las cosas que te parecen aterradoras se procesan a través de un mito irlandés y terminan hablando del hermano de Mariana. Ese es el proceso que se da en el terror de Latinoamérica.
En los dos libros de cuentos que ha publicado Mariana Enríquez hay casas embrujadas, foros de internet malditos, niños-monstruo, caníbales—y ahí están Bradbury, King, Jackson, Poe.4 Pero también están las leyendas urbanas de Argentina, ciertos elementos de la cosmovisión indígena, tensiones de clase causadas por las fluctuaciones económicas y la violencia del pasado, siempre afilada, siempre presente.
De la capacidad de ver a ambos mundos viene el poder de esta prosa. Durante los apagones dictados por el gobierno, tres adolescentes se convierten en demonios. Una joven adicta sacrifica a su hijo a San La Muerte. Los jóvenes de las villas, ahogados por la policía, despiertan a un monstruo de Lovecraft. Una chica usa la ouija para hablar con sus padres desaparecidos; a su amiga, a quien “no se le había desaparecido nadie,” la enloquece un muerto.
Las mujeres —porque las protagonistas de Mariana casi siempre son mujeres— aparecen aquí no “sólo como víctimas sino como victimarias en un sistema a todas luces necropolítico.” En ese mismo ensayo, Ana Gallego continúa:
Enríquez pone así en primer plano la lucha del feminismo contra el capitalismo, dada la imposibilidad de una igualdad de género sin igualdad de clase, a través de un gótico que se abre a interpretaciones más complejas, donde las mujeres y las clases marginales, afantasmadas, devienen peligrosas y portadoras del terror, al ser las más vulnerables y castigadas por el capital.
No es revolucionario (y yo odio esa palabra) que el horror haga crítica social: todos los monstruos son metáforas. Lo que es interesante es verlo suceder en Latinoamérica, donde históricamente los géneros de imaginación han sido escasos, con algunas excepciones.5 La dualidad de sus mundos es simbiótica, no parasítica. Su prosa, en fin, acepta las convenciones de un género anglosajón, el gótico, sin abandonar su (radical) dimensión política. Entonces, ¿de qué hablamos cuando hablamos de Mariana?
Marcelo Rioseco escribe:
Enríquez no repite automáticamente una tradición, sino que traslada [los elementos del género] a la realidad argentina con sus consiguientes particularidades locales. Creo que sería más acertado hablar de “el nuevo gótico argentino”. O algo similar. La aclaración no es ociosa, permite suponer que [en su obra] hay variaciones, originalidad, desprendimiento de los textos que han servido como los modelos originales y, por sobre todo, sirve para insertar lo que tiene más de único esta novela, su ser argentino.
Latinos-luego-de-la-globalización, latinos-luego-de-Estados-Unidos, lo que desemboca (espero) en latinos-luego-del-internet. Para mí, su trabajo cristaliza la idea de que podemos reconocer cómo nuestra exposición eterna a la cultura del norte global nos ha afectado—y aún así tornar nuestra mirada hacia nosotros.
Seguimos hablando de mirar. Y tal vez mi fascinación con Mariana Enríquez viene de un lugar un poco más egoísta. Lo que revolvió algo en mí cuando leí ese último cuento de Las cosas que perdimos en el fuego no fue tanto lo bello de su lenguaje, o la fuerza de su narrativa, sino que me gustó ver a esas mujeres ardientes porque, supongo, también las he conocido: ahí crecí, he marchado con esas chicas, he sentido esa ira que la calcina a una por dentro. Conozco también la ambivalencia de Silvana, ese miedo a las que se atreven a hacer las cosas en las que tú has pensado por tanto tiempo. Hasta Mariana Enríquez nunca leí a nadie poner todo eso en palabras, y tal vez por eso es que estoy tan feliz de haberla encontrado: hay algo valioso en tener ficcionalizado el rincón de la historia de una. ¿O qué era eso que decía Alain de Botton? Tal vez sea cierto que no existimos realmente hasta que haya alguien allí que nos vea existir.
Probablemente escriba más sobre esto en el futuro porque el otro día vi un video criticando ratatouille por no ser teoría marxista (?) y me di cuenta que odio esa corriente de crítica en internet (?). Mientras tanto, mutuals, if you love me:
leila guerriero escribe:
En Colombia nos arrojan ácido, en Chile nos arrancan los ojos, en mi país nos prenden fuego. Cada quien cultiva sus bestias.
genia a quien staneamos
y si el internet es tu forma principal de acceso a la cultura
y lo mejor de la época dorada de los creepypastas, esto no lo vamos a discutir.
say realismo mágico and it's on sight 🔫